sábado, noviembre 07, 2009

PERUANITA BONITA (terroncito de azucar)

Peruanita bonita fue su nombre, desde que la conocí aquel viernes en la tarde en el "Sunset" de Miraflores. A decir verdad para mí su nombre era sólo bonita, “Bonita Carolina” como me confesó. Y su hermosura, con aquellos cabellos castaños y esa piel capulí resaltaron su nombre y su nacionalidad tan peruana, tan peruanita.

La vi deshojando margaritas, raro en una muchacha tan bella de quien lo único que se esperaba es que este acompañada, pero deshojando margaritas y mirando el mar. Yo llegué esa tarde deshojando mi corazón y verla me unió a algo más profundo que una simple deshojada, me unió a la esencia misma de ellas, a la esencia de la soledad.

Caminé bordeando el pequeño jardín donde se exponían muestras de pintura y muchas parejas enamoradas que no paraban de besarse, tratando de imitar el beso de la escultura del parque del amor, que se veía a lo lejos. Me aproximé a ella, quien llevaba la mirada perdida en el mar y las manos jugueteando con la soledad.

Pensar en "Peruanita Bonita" me lleva al instante en que decidí acercarme y hacer una locura. Mis nervios se paralizaron por un rato y la complicidad con un ser tan extraño me llevaron a decirle la única palabra que me vino en esos momentos:

“Necesitas otra margarita, te queda el último pétalo”

Ella me miró desconcertada, mi incursión la hizo dudar, nadie, absolutamente nadie, le había hablado de esa manera:

- Gracias –me dijo – pero hay margaritas que se deshojan una sola vez y de ahí nunca más.

- Perdona -le dije - fue una simple curiosidad.

- No te perdones, también hay cosas más profundas por las que te tienes que perdonar en la vida.

Nos miramos, y a partir de ese instante empezamos una linda amistad.

Descubrí que Bonita era limeña, tenía 18 años y que su corazón deshojaba al igual que el mío muchas desilusiones que el tiempo no puede retornar a la realidad porque todo pasa, me confesó que desde hacía unos meses ese era el lugar para deshojarse por completo y que le pareció extraño que alguien más quisiera hacerlo con ella.

Lle conté que vivía en una obscura realidad, que mi corazón se deshojaba por un amor que me dejó y nunca más volvió. Lloramos mucho esa tarde, contándonos cada uno nuestras penas y decidimos reunirnos siempre en el Sunset, cada vez que el sol retorne a las profundidades del mar para reposar de otro día.

Peruanita Bonita vivía en Barranco y las semanas que nos vimos nos encontrábamos cerca de su casa, en el malecón. Yo la esperaba en un pequeño parque, añorado por mí porque tiempo atrás hacía teatro por allí y ella llegaba con su margarita en la mano indicándome que ya era hora de partir.

Avanzábamos por las calles barranquinas y después de unas horas de relajantes caminatas llegábamos al querido y entrañable Sunset Miraflorino, decorado con esa gente tan artista y por tanto romántico besándose en los muros. A los pocos minutos una de las barandas que daba al mar era nuestro refugio para empezar a deshojar nuestras penas, pero ya no las mismas del día anterior, sino nuevas penas: penas poéticas, de vida, de carrera, de decisiones, de peleas, de estudios, porque Peruanita Bonita estudiaba Economía, pero en el fondo quería ser pintora, tan igual a los señores que vendían sus cuadros allí.

Pero... el temperamento de su padre, la cucufatería de su madre, las esperanzas de la familia y un enamorado estudiante de Ingeniería Industrial que la dejó por ser tan soñadora, la habían colocado en una de las universidades más grandes de Lima, estudiando lo que no quería ser por obligación. Esa era la razón, la vida muchas veces es injusta con uno mismo.
Yo la escuchaba y me sentía cada vez más cercano a ella, su historia era similar a la mía, con la salvedad de que a mí las margaritas me llegaron por amor, por el maldito amor que llega y luego se va sin previo aviso, como riéndose y diciendo “para otra vez será”.

Habíamos congeniado y a las pocas semanas mi corazón empezó a palpitar mucho y las margaritas empezaron a no querer ser arrancadas, protestando por su integridad; me estaba enamorando.

Sin que ella se enterara madrugadas enteras amanecía en la puerta de su casa, recitando poesías y viendo como el anochecer se convertía en amanecer y deseando en el fondo de mi corazón que ella descubriera que por algo nos habíamos encontrado, que era injusto que continúe deshojando margaritas, porque juntos podíamos sembrarlas y hacer el jardín más hermoso del mundo.

Pero eso desaparecía con el sonido de la corneta del panadero que indicaba que ya era hora de retornar a mi casa a dormir. Era más que seguro, en la tarde nos teníamos que ver.

Cada paso que andábamos se volvía una poesía, cada palabra un nuevo atardecer, eran continuas las caminatas por el corto recorrido del Sunset y largas las horas que nos quedábamos mirando el mar, añorando algo que no se supo nunca que fue.

Peruanita Bonita, pedacito de azúcar, se volvió un ensueño transparente y yo un encantado más dentro de su lista...

No sé cuando fue, realmente nunca lo supe, pero una tarde, de las tantas tardes miraflorinas, Peruanita Bonita llegó sin margarita. Yo me extrañé porque eso era signo de que algo estaba mal, le pregunté el porqué pero no me respondió, lo único que hizo fue mirar el mar durante muchas horas y dejar que su rostro se llene de lágrimas.

Así paso una semana y las veces que caminábamos hacia el Sunset a ella se le humedecían los ojos y repetía con un gran suspiro:

“Nuestro gran Sunset se está deshojando”
No entendí lo que quiso decir y las madrugadas siguientes, frente a su casa, inventé las poesías más tristes, como los versos más tristes esta noche de Neruda, y cada atardecer que la veía su gran melancolía me llenaba el alma.

Así pasaron los días y un viernes en la tarde, un viernes que me pidió que no vaya por ella, "Peruanita Bonita" apareció con muchas margaritas en la mano y con un vestido muy negro, se acercó donde yo me encontraba y antes de que yo dijese algo me dio un beso en la boca que nunca olvidaré.

“Gracias por las largas madrugadas en la puerta de mi casa” me dijo.

Y en seguida me alcanzó muchas margaritas, que empezamos a deshojar juntos hasta altas horas de la noche. Lo hicimos concientes de lo inconsciente, con una convicción de que el Sunset también lloraba con nosotros, que era cómplice de nuestros encuentros personales y que junto a nosotros también había aprendido a deshojar sus penas.

Nos volvimos a dar un largo beso y muy triste me dijo:

“Parto de este país mañana, me voy a Milán a estudiar Pintura, dejo a mi familia, me salió la beca.”

Intenté preguntarle más, pero me pidió que no lo hiciera, no sabía cuando regresaría y un fuerte abrazo nos dijo que aquella despedida era para siempre. Esa tarde se alejó sola, no quiso que la acompañara.

Es raro contar este idilio de margaritas, un ser humano no esta preparado para tantas desilusiones juntas. Pues, al día siguiente, cuando retorné en la tarde a mi queridísimo Sunset, lo encontré tristemente cercado por una alta pared de madera de donde colgaba un letrero que decía: Obras en construcción. Mejorando Miraflores.

Aquella tarde quise derrumbar esa cerca, ingresar al mirador nuevamente, acercarme al lugar donde me enamoré de "Peruanita Bonita", deshojar todas las margaritas por ella, pero no se pudo, tres guardias me lo impidieron.

Desesperado di la vuelta a aquella cerca y me senté a un lado, al costado de una bolsa de cemento de aquella construcción y allí que descubrí algo: El Sunset lloraba, lo sentía, el Sunset lloraba y lo hacía deshojando margaritas por tantos recuerdos lindos que guardaba en su corazón. El mío se conmovió y juntos lloramos lo que ambos intuíamos, lo que ambos nunca quisimos, por lo que "Peruanita Bonita" lloraba tanto, intuímos que serían interminables las tardes deshojando miles de jardines.

Así pasaron largas semanas y mis madrugadas en la casa de Peruanita Bonita fueron sustituídas por las madrugadas en el Sunset. Interminables noches recordando, hasta que mi corazón no pudo más y decidió descansar de ese recuerdo y dormir un poco.

***

Han pasado dos semanas y hoy regresé al Sunset por el amor de Bonita después de su re-inauguración. Frente a mí ya no están los pintores, ni tampoco los enamorados besándose recostados en el jardín, ni menos mi recordada Peruanita Bonita deshojando margaritas. Frente a mi esta la máxima depredación de un recuerdo, una copia inmensa del reloj solar cuzqueño, escultura aplaudida de un famoso pintor, que no tiene utilidad en ese espacio y que lo único que hace es tapar el mar y un jardín con cactus que impide que las parejas y los niños se recuesten ahí...

Hoy el Sunset llora, sufre y junto a mí deshoja sus incontables recuerdos.
Hoy Peruanita Bonita vive, vive mucho más en el recuerdo de ese lugar.

Hoy el mirador que ya no existe llama a gritos a sus enamorados,
Hoy tres grandes amigos se quedaron en el recuerdo:

Hoy vivirán por siempre “El Sunset, yo, y mi eterna Peruanita Bonita”.

Joan manuel Flórez Estrada
1 de noviembre de 2002


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