viernes, diciembre 23, 2005

Los archivos del tiempo

Hoy me tocó resolver fríamente, después de varios años de dejarlo aplazado y en vista que los cambios ya no podían echarse para atrás, la cosa más triste de toda mi vida: el desaparecer para siempre los libros y cuadernos que guardaba en bolsas antiguas en el segundo piso de mi casa, de mis años de infancia y adolescencia. Lleno de valor y cansado de que los papeles inundaran el patio del segundo piso, resolví subir y darle de baja a todos los cuadernos y libros antiguos que ya no servían y que estaban ocupando un rincón importante de mi casa, donde se podría colocar otras cosas como herramientas de trabajo y algunos juguetes que sobraban.

Sin cargo de conciencia, jalé una silla al costado de aquella repisa llena de bolsas antiguas, archivadores, y radios viejas, y sin perder tiempo empecé a ver cuaderno por cuaderno y libro por libro que apolillado iba llegando a mis manos. En ese trayecto al pasado, me pude transportar a mis años de niñez, donde recién aprendía a escribir, observando mi caligrafía espantosa y las repeticiones de palabras que me obligaba a escribir mi profesora de inicial. Tomé el cuaderno y sin mayor atadura lo destroce enviándolo rápidamente al tacho de basura. De igual modo levanté mis cuadernos de primer grado de primaria, los de secundaria, los libritos que me sirvieron para aprender a escribir, los chistes que leía de pequeño y por un momento me sentí aquel niño que jugaba con todo y que le daba vida a los muñecos que tenía al frente, por un momento me olvidé que ya tenía 28 años y me encontré frente a todas las cosas que me vieron sentirme vivo cuando yo era más joven. Los cuadernos, los libros, la letra fea, las hojas amarillentas, la cinta adhesiva amarilla, y el olor ha guardado, hicieron de mi aquel hombre ya, victima del tiempo y de la violencia de las horas, como diría cesar vallejo.

Rompí, elimine las caratulas de mis cuadernos, arrugué, y pronto le di fin a mil años de niñez, a mil años más de sueños, ya que con aquellos cuadernos se fueron los lonches a las 6pm en mi casa de Miraflores, mi madre mas joven que venía de algún viaje, mi papá tocando guitarra, mi hermano fanático del fútbol, mis historietas, mis juegos en el barrio, las salidas de excursión, las propinas, las series, los dibujos, y tantas cosas que pueden evocar unos papeles viejos, que ya son parte de lo que ayudo a uno a ser lo que es.

Sin perder tiempo, fui llenando dos grandes bolsas negras repletas de todos mis recuerdos, dos bolsas que se llevaban parte de lo que fui y de lo que seré, porque cada cosa que eché era mi sangre y las alegrías que nunca más regresarían, pero que se llevan muy adentro.

Anocheció en aquel patio del segundo piso, el airecito hizo su aparición y ya se me hacía tarde para ir a mis clases de teatro. Cansado, y con las manos adoloridas de tanto romper recuerdos, tomé la caja donde se pudieron salvar algunos libros y con ayuda de las dos chicas que trabajan en mi casa, pude bajar las dos bolsas negras en donde se resumía mi niñez y mi adolescencia. Llenas de papeles y con un olor a viejo, las dos bolsas negras de basura fueron trasportadas al primer piso, a la espera de que sean recogidas por el camión de la basura.

Satisfecho por la tarea cumplida, reposé en el sillón de mi sala en compañía de mis padres y pronto ya me encontraba conversando con ellos sobre mi futuro y mi presente que eran lo único que me interesaba en esta vida.

Pero, basto que regrese de mis clases de teatro, y me diera cuenta que las dos bolsas negras ya no estaban, para sentir en ese momento, aquel dolor que hasta ahora me acompaña, aquel dolor que se resume en la palabra recuerdo.

Basto saber que ya no era parte de mis cuadernos de niño, que ya no era parte de mi caligrafía desastrosa, que ya no era parte de mis cuadernos apolillados que guardaron años de vida junto a mis padres, en los cuales se evocaban los fines de semana en el hotel “el pueblo”, esos veranos hermosos en el club lobo de mar, esos días en compañía de mis abuelos, esos veranos en la casa de mis primos, esos programas y la falta de responsabilidad que se tiene cuando uno es joven, para que pronto en mi pecho un suspiro ahogado naciera por los recuerdos que se iban en unas cuantas hojas de papel antiguo.

¿Donde irían a parar esos papeles antiguos?, ¿en que manos caerían mis primeros escritos?, ¿que ropavejero se tapara con algún cuaderno mío de 3ero de media?, ¿quien deshojara los libros para hacerse una manta?

Lejos ya de un suspiro ahogado, se encuentra la razón de mi existencia. Me arrepentí, y debo admitirlo, por haberme desecho de tantos recuerdos en esos cuadernos, pero pronto, y encontrando consuelo en los libros sobrevivientes que aún conservo en una pequeña caja, pude comprender que todo en esta vida tiene que desaparecer alguna vez, y que esta separación es tan natural como la muerte que algún día nos alejará del lugar donde estamos y de las personas con las que compartimos.

Hoy sentado frente a esta máquina, reflexiono nuevamente y le pongo punto final a muchos años que aún sobreviven en mi mente y mi corazón, dándole paso triunfante, a cada segundo venidero que promete traer nuevas experiencias y nuevos archivos, aunque es más que seguro, que ningún escrito que llene, por más que tenga un millón de hojas, podrá igualar las tres destrozadas páginas, donde yo alguna vez aprendí a escribir “mamá, papá te amo”, o menos aún a aquellos cuadernos donde hice mis primeros dibujos mal hechos.

Sólo lo que aprendimos en nuestros primeros años podrá hacer de nosotros lo que somos ahora que todo ya pasó. Brindo por ello, pero antes que todo, por mis cuadernos viejos que se fueron en aquella bolsa negra… que hoy vale mucho más que todo el oro del mundo.

sábado, diciembre 17, 2005

Del teatro y yo

Quizás, antes de hablar y hablar de este tema que de por si llenaría las hojas de grandes recuerdos, puedo decir que el teatro así como la literatura son, y han sido para mi, grandes columnas vertebrales sin las cuales no sería lo que soy. Hablar del teatro es remontarme a aquella tarde en que vi por primera vez a un grupo de muchachos actuando a unas cuadras de mi casa. Me impresionaba la idea de poder pertenecer a uno de esos grupos y esa tarde, cuando mi madre se enteró de que yo deseaba ser actor, poco más y me bota a patadas de la casa porque “ese ambiente no es muy sano para ti hijo” como me decía. Lo cierto es que fue para mí uno de los más sanos que encontré y sin el cual no hubiera podido sacar ese yo hablador que siempre llevé y que nunca lo deje expresar en mis épocas de colegio. Pero claro, ese es tema de otro escrito. A pesar de todo, el teatro siempre me llamó y aunque me dijeron que no valía la pena, yo ingresé a ese primer grupo de teatro “sin zapatos muchachos porque hay que respetar las tablas” como decía el profesor Nicolás Fantinato, gran amigo que ahora se dedica íntegramente a esta carrera y que ha logrado éxitos. En ese tiempo él era abogado pero luego dejo todo por esta profesión tan cambiante pero tan hermosa a la vez. Y allí, en el verano de 1993, yo pertenecí al grupo del “Centro peruano de teatro” donde hicimos la obra Los turris y los tahuas, con mi magistral papel de italiano que robó de los espectadores más de un aplauso . Que hermosos días fueron esos que me llenaron y me llenan de recuerdos de sólo pensar que fue allí donde conocí a mi amigo Cesar Gabrielli padre (que por cierto tiene un hijo del mismo nombre y que es un gran amigo y un excelente actor) a mi amiga Carmencita que siempre me llama a preguntar como estoy a pesar de que han pasado como 12 años de esto, a Julia Garay, amiga de siempre y con quien compartí hace poco tablas haciendo clown, mi amigo Guillermo, con quien, en su carro rojo paseábamos por todas las calles de Lima, y sobre a Alex nanetti, gran amigo que fue en ese tiempo como un hermano para mi, y quien me ayudo a cruzar la frontera del teatro convencional y me hizo llegar hasta 4 tablas. Desconcertado por los trabajos grupales en ese recinto barranquito tan misterioso, me amoldé a ese grupo tan místico y me hice uno con ellos, corriendo pintado por las calles de barranco, gritando y parándome de manos a pesar de que muchas veces me caía de espaldas. Por lo general se me pasa por la mente que tantos años allí, encerrado para el mundo y viviendo un sueño de actor místico me llevaría a desarrollar el carácter que tengo ahora. Que por cierto es muy reservado pero abierto a la amistad. En 4 tablas conocí a Charito, a Lúcia, a Juan carlos, a Jóse, y a tantas personas que así como yo han sabido ir forjando su camino y pasándola bien entre juerga, momentos duros y actuación. Otro de los grupos hermosos y eternos que recuerdo es el elenco del IPP comandado por Carlos Gassolds, y como no recordarlo, si de tanto intimar allí pude conocer a Isabel, con la que estuve 3 años de enamorado, a Pierina Less, de la cual me siento feliz cada vez que la veo cantando en la tele, a Daniel Carcelén y a tantos otros amigos que se dedicaron al teatro como es el caso de mi amigo David almandóz, ahora Rambito en la serie “así es la vida”, donde tuve la suerte de compartir un papel con él. ¡Que tales momentos aquellos!, imborrables para un alma como la mía que es como una esponja que recepciona las experiencias y las archiva en cajitas de cristal inviolables. De allí, para adelante lo que vino simplemente fue una sucesión de eventos y oportunidades producto de la experiencia que me ayudaron a cruzar otros mares y a poder pertenecer al SAIP sindicato de artistas interpretes del Perú, institución de la cual estoy orgulloso, como también, el poder integrarme al grupo de clown Puesta con el chato Gustavo Gonzáles de director y toda la compañía. Hablar del teatro definitivamente me lleva a revivir los mejores años de mi adolescencia, y sé, que más allá de que haya figurado o no en el medio, eso nunca se olvida y te hace cada vez mejor persona. Mil éxitos para mis amigos artistas y para los que incursionan en este medio también.