Hoy me tocó resolver fríamente, después de varios años de dejarlo aplazado y en vista que los cambios ya no podían echarse para atrás, la cosa más triste de toda mi vida: el desaparecer para siempre los libros y cuadernos que guardaba en bolsas antiguas en el segundo piso de mi casa, de mis años de infancia y adolescencia. Lleno de valor y cansado de que los papeles inundaran el patio del segundo piso, resolví subir y darle de baja a todos los cuadernos y libros antiguos que ya no servían y que estaban ocupando un rincón importante de mi casa, donde se podría colocar otras cosas como herramientas de trabajo y algunos juguetes que sobraban.
Sin cargo de conciencia, jalé una silla al costado de aquella repisa llena de bolsas antiguas, archivadores, y radios viejas, y sin perder tiempo empecé a ver cuaderno por cuaderno y libro por libro que apolillado iba llegando a mis manos. En ese trayecto al pasado, me pude transportar a mis años de niñez, donde recién aprendía a escribir, observando mi caligrafía espantosa y las repeticiones de palabras que me obligaba a escribir mi profesora de inicial. Tomé el cuaderno y sin mayor atadura lo destroce enviándolo rápidamente al tacho de basura. De igual modo levanté mis cuadernos de primer grado de primaria, los de secundaria, los libritos que me sirvieron para aprender a escribir, los chistes que leía de pequeño y por un momento me sentí aquel niño que jugaba con todo y que le daba vida a los muñecos que tenía al frente, por un momento me olvidé que ya tenía 28 años y me encontré frente a todas las cosas que me vieron sentirme vivo cuando yo era más joven. Los cuadernos, los libros, la letra fea, las hojas amarillentas, la cinta adhesiva amarilla, y el olor ha guardado, hicieron de mi aquel hombre ya, victima del tiempo y de la violencia de las horas, como diría cesar vallejo.
Rompí, elimine las caratulas de mis cuadernos, arrugué, y pronto le di fin a mil años de niñez, a mil años más de sueños, ya que con aquellos cuadernos se fueron los lonches a las 6pm en mi casa de Miraflores, mi madre mas joven que venía de algún viaje, mi papá tocando guitarra, mi hermano fanático del fútbol, mis historietas, mis juegos en el barrio, las salidas de excursión, las propinas, las series, los dibujos, y tantas cosas que pueden evocar unos papeles viejos, que ya son parte de lo que ayudo a uno a ser lo que es.
Sin perder tiempo, fui llenando dos grandes bolsas negras repletas de todos mis recuerdos, dos bolsas que se llevaban parte de lo que fui y de lo que seré, porque cada cosa que eché era mi sangre y las alegrías que nunca más regresarían, pero que se llevan muy adentro.
Anocheció en aquel patio del segundo piso, el airecito hizo su aparición y ya se me hacía tarde para ir a mis clases de teatro. Cansado, y con las manos adoloridas de tanto romper recuerdos, tomé la caja donde se pudieron salvar algunos libros y con ayuda de las dos chicas que trabajan en mi casa, pude bajar las dos bolsas negras en donde se resumía mi niñez y mi adolescencia. Llenas de papeles y con un olor a viejo, las dos bolsas negras de basura fueron trasportadas al primer piso, a la espera de que sean recogidas por el camión de la basura.
Satisfecho por la tarea cumplida, reposé en el sillón de mi sala en compañía de mis padres y pronto ya me encontraba conversando con ellos sobre mi futuro y mi presente que eran lo único que me interesaba en esta vida.
Pero, basto que regrese de mis clases de teatro, y me diera cuenta que las dos bolsas negras ya no estaban, para sentir en ese momento, aquel dolor que hasta ahora me acompaña, aquel dolor que se resume en la palabra recuerdo.
Basto saber que ya no era parte de mis cuadernos de niño, que ya no era parte de mi caligrafía desastrosa, que ya no era parte de mis cuadernos apolillados que guardaron años de vida junto a mis padres, en los cuales se evocaban los fines de semana en el hotel “el pueblo”, esos veranos hermosos en el club lobo de mar, esos días en compañía de mis abuelos, esos veranos en la casa de mis primos, esos programas y la falta de responsabilidad que se tiene cuando uno es joven, para que pronto en mi pecho un suspiro ahogado naciera por los recuerdos que se iban en unas cuantas hojas de papel antiguo.
¿Donde irían a parar esos papeles antiguos?, ¿en que manos caerían mis primeros escritos?, ¿que ropavejero se tapara con algún cuaderno mío de 3ero de media?, ¿quien deshojara los libros para hacerse una manta?
Lejos ya de un suspiro ahogado, se encuentra la razón de mi existencia. Me arrepentí, y debo admitirlo, por haberme desecho de tantos recuerdos en esos cuadernos, pero pronto, y encontrando consuelo en los libros sobrevivientes que aún conservo en una pequeña caja, pude comprender que todo en esta vida tiene que desaparecer alguna vez, y que esta separación es tan natural como la muerte que algún día nos alejará del lugar donde estamos y de las personas con las que compartimos.
Hoy sentado frente a esta máquina, reflexiono nuevamente y le pongo punto final a muchos años que aún sobreviven en mi mente y mi corazón, dándole paso triunfante, a cada segundo venidero que promete traer nuevas experiencias y nuevos archivos, aunque es más que seguro, que ningún escrito que llene, por más que tenga un millón de hojas, podrá igualar las tres destrozadas páginas, donde yo alguna vez aprendí a escribir “mamá, papá te amo”, o menos aún a aquellos cuadernos donde hice mis primeros dibujos mal hechos.
Sólo lo que aprendimos en nuestros primeros años podrá hacer de nosotros lo que somos ahora que todo ya pasó. Brindo por ello, pero antes que todo, por mis cuadernos viejos que se fueron en aquella bolsa negra… que hoy vale mucho más que todo el oro del mundo.
Sin cargo de conciencia, jalé una silla al costado de aquella repisa llena de bolsas antiguas, archivadores, y radios viejas, y sin perder tiempo empecé a ver cuaderno por cuaderno y libro por libro que apolillado iba llegando a mis manos. En ese trayecto al pasado, me pude transportar a mis años de niñez, donde recién aprendía a escribir, observando mi caligrafía espantosa y las repeticiones de palabras que me obligaba a escribir mi profesora de inicial. Tomé el cuaderno y sin mayor atadura lo destroce enviándolo rápidamente al tacho de basura. De igual modo levanté mis cuadernos de primer grado de primaria, los de secundaria, los libritos que me sirvieron para aprender a escribir, los chistes que leía de pequeño y por un momento me sentí aquel niño que jugaba con todo y que le daba vida a los muñecos que tenía al frente, por un momento me olvidé que ya tenía 28 años y me encontré frente a todas las cosas que me vieron sentirme vivo cuando yo era más joven. Los cuadernos, los libros, la letra fea, las hojas amarillentas, la cinta adhesiva amarilla, y el olor ha guardado, hicieron de mi aquel hombre ya, victima del tiempo y de la violencia de las horas, como diría cesar vallejo.
Rompí, elimine las caratulas de mis cuadernos, arrugué, y pronto le di fin a mil años de niñez, a mil años más de sueños, ya que con aquellos cuadernos se fueron los lonches a las 6pm en mi casa de Miraflores, mi madre mas joven que venía de algún viaje, mi papá tocando guitarra, mi hermano fanático del fútbol, mis historietas, mis juegos en el barrio, las salidas de excursión, las propinas, las series, los dibujos, y tantas cosas que pueden evocar unos papeles viejos, que ya son parte de lo que ayudo a uno a ser lo que es.
Sin perder tiempo, fui llenando dos grandes bolsas negras repletas de todos mis recuerdos, dos bolsas que se llevaban parte de lo que fui y de lo que seré, porque cada cosa que eché era mi sangre y las alegrías que nunca más regresarían, pero que se llevan muy adentro.
Anocheció en aquel patio del segundo piso, el airecito hizo su aparición y ya se me hacía tarde para ir a mis clases de teatro. Cansado, y con las manos adoloridas de tanto romper recuerdos, tomé la caja donde se pudieron salvar algunos libros y con ayuda de las dos chicas que trabajan en mi casa, pude bajar las dos bolsas negras en donde se resumía mi niñez y mi adolescencia. Llenas de papeles y con un olor a viejo, las dos bolsas negras de basura fueron trasportadas al primer piso, a la espera de que sean recogidas por el camión de la basura.
Satisfecho por la tarea cumplida, reposé en el sillón de mi sala en compañía de mis padres y pronto ya me encontraba conversando con ellos sobre mi futuro y mi presente que eran lo único que me interesaba en esta vida.
Pero, basto que regrese de mis clases de teatro, y me diera cuenta que las dos bolsas negras ya no estaban, para sentir en ese momento, aquel dolor que hasta ahora me acompaña, aquel dolor que se resume en la palabra recuerdo.
Basto saber que ya no era parte de mis cuadernos de niño, que ya no era parte de mi caligrafía desastrosa, que ya no era parte de mis cuadernos apolillados que guardaron años de vida junto a mis padres, en los cuales se evocaban los fines de semana en el hotel “el pueblo”, esos veranos hermosos en el club lobo de mar, esos días en compañía de mis abuelos, esos veranos en la casa de mis primos, esos programas y la falta de responsabilidad que se tiene cuando uno es joven, para que pronto en mi pecho un suspiro ahogado naciera por los recuerdos que se iban en unas cuantas hojas de papel antiguo.
¿Donde irían a parar esos papeles antiguos?, ¿en que manos caerían mis primeros escritos?, ¿que ropavejero se tapara con algún cuaderno mío de 3ero de media?, ¿quien deshojara los libros para hacerse una manta?
Lejos ya de un suspiro ahogado, se encuentra la razón de mi existencia. Me arrepentí, y debo admitirlo, por haberme desecho de tantos recuerdos en esos cuadernos, pero pronto, y encontrando consuelo en los libros sobrevivientes que aún conservo en una pequeña caja, pude comprender que todo en esta vida tiene que desaparecer alguna vez, y que esta separación es tan natural como la muerte que algún día nos alejará del lugar donde estamos y de las personas con las que compartimos.
Hoy sentado frente a esta máquina, reflexiono nuevamente y le pongo punto final a muchos años que aún sobreviven en mi mente y mi corazón, dándole paso triunfante, a cada segundo venidero que promete traer nuevas experiencias y nuevos archivos, aunque es más que seguro, que ningún escrito que llene, por más que tenga un millón de hojas, podrá igualar las tres destrozadas páginas, donde yo alguna vez aprendí a escribir “mamá, papá te amo”, o menos aún a aquellos cuadernos donde hice mis primeros dibujos mal hechos.
Sólo lo que aprendimos en nuestros primeros años podrá hacer de nosotros lo que somos ahora que todo ya pasó. Brindo por ello, pero antes que todo, por mis cuadernos viejos que se fueron en aquella bolsa negra… que hoy vale mucho más que todo el oro del mundo.
1 comentario:
Que puedo decirte, solo que me encanto lo que escribiste, tenia corazon, alma, sentimiento, amor por lo aprendido y arrepentimeinto por haber dejados tan bellos recuerdos en la basura...
Ahora solo queda guardar ytaratar de temer tdo en tus recuerdos...
Saludos desde Toronto Canada
Andrea
Publicar un comentario